Qué luna ni qué ocho
cuartos
Le canto a la luz de tu sol espléndido
Desayuno el perfume que nace en tu cuello
Las olas de tu Pacífico me ofrecen consuelo
Las cascadas en tus ojos son el
sosiego
Deslumbran el día y la noche lunera
Me rindo ante el sabor de tu diáfano
aliento
La luna se acuesta y te venera.
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